¿Tendré yo también espiritú guerrero? ¿Será el aureola de romanticismo que emanan estos personajes, eternos olvidados de la historia lo que ha suscitado mi interés ? Lo cierto es que estaba leyendo "Catedral del mar" y cuando estos guerreros aparecen en la narración consiguen despertar mi curiosidad y empiezo a descubrir cosas sobre ellos. En ese contexto, el autor escribe: "Allí, apartados de nobles y soldados, un numerosísimo grupo de hombres , sucios y desharrapados, sin escudos ni armaduras, sin espadas, vestidos sólo con una camisa larga y raída, polainas y gorros de cuero, estaban embarcando...
Luchaban a pié y a pecho descubierto, confiando unicamente en su destreza y habilidad......"
Los almogávares eran los soldados más bravos y temibles de su época. Eran tropas ligeras, normalmente de infantería, armados con lo justo pero que se movían con sorprendente agilidad en cualquier campo de batalla. Se agrupaban en compañías no muy numerosas, lideradas por un caudillo que las sometía a una disciplina férrea. O vencían o morían: no había término medio. Se les iba la vida en ello, y no sólo porque no daban cuartel en el combate, sino porque carecían de impedimenta: vivían de lo que saqueaban al vencido tras haberle aniquilado. Así de sencillo.
Provenían de las serranías ibéricas y de los valles del Pirineo, donde eran reclutados muy jóvenes, casi niños. La vida que llevaban era durísima: sometidos a mil privaciones, dormían al raso y comían un día sí y tres no. Vivían por y para la guerra.
No llevaban armadura, ni casco, ni siquiera la socorrida cota de malla, tan en boga en aquellos tiempos. Su equipo se limitaba a una lanza colgada al hombro, unos dardos o azconas –que lanzaban con tanta fuerza que eran capaces de atravesar los escudos del adversario– y un afilado chuzo, su arma más mortífera. Antes de entrar en combate golpeaban con fuerza el chuzo contra las piedras, hasta que saltaban chispas; entonces, cuando el sonido era ya ensordecedor, gritaban al unísono: "Desperta, ferro!", seguido de los más tradicionales "Aragó, Aragó!" o "Sant Jordi!", y se lanzaban sobre el enemigo como auténticos diablos. Estremecedor.
A los enemigos, según veían de lejos el dantesco espectáculo, se les helaba la sangre en las venas. Su destino estaba sentenciado. Y no era para menos. Los almogávares no tomaban prisioneros ni hacían distingos; mataban a todos y se jactaban de que, durante la batalla, su chuzo había pasado más tiempo dentro del cuerpo del adversario que fuera.
Cuentan que, en cierta ocasión, un almogávar fue hecho prisionero por los franceses. El rey franco, intrigado por el romanticismo que envolvía a este cuerpo de españoles asilvestrados, lo mandó traer a su presencia. Para salvar su vida, le propuso una justa con su mejor caballero. Si salía vencedor podría volver con los suyos. El almogávar aceptó sin dudarlo. Sabía que iba a ganar.
El francés se presentó sobre su caballo, armado hasta los dientes y protegido por una coraza primorosamente labrada. El español midió la distancia y, antes de que pudiese reaccionar el jinete, alanceó al caballo hasta matarlo. El francés cayó rodando al suelo, donde el almogávar le esperaba chuzo en ristre. Ahí terminó la justa: el rey pidió al vencedor que perdonase la vida al infeliz caballero y el almogávar regresó a casa tan pimpante.
La Gran Compañía Almogávar disfrutaba de un régimen democrático militar perfecto. Su institución más importante era el Consejo Almogávar que venía a ser una especie de Asamblea Popular donde participaban todos los Almogávares, exponiendo sus opiniones y tomando las decisiones que les afectaban por mayoría. Es decir, las decisiones más importantes eran aprobadas por la mayoría de los Almogávares en el Consejo Almogávar.
Esa organización garantizaba su independencia a la hora de tomar decisiones. Era la Soberanía Almogávar la que estaba detrás de cada victoria y cada gesta. Ni los Reyes, ni los Nobles, ni los Papas pudieron imponerse a esta Soberanía Popular. Nos encontramos, pues, ante uno de los primeros ejemplos de Soberanía Popular, muchos siglos antes de que ésta acabara imponiéndose en las Sociedades en general
Un artículo sobre ellos de Arturo Pérez Reverte
Y otro link: